Esta pequeña campanita parece inofensiva, pero guarda una historia con más kilómetros que muchos motoristas.
Cuenta la leyenda que, una noche sin luna, un viejo lobo del asfalto rodaba solo cuando unos gremlins cabroncetes —esas criaturas que disfrutan jodiendo motores, aflojando tornillos y provocando sustos— empezaron a sabotear su moto.
El tipo, curtido y sin miedo, sacó una campanita que llevaba entre sus cosas y la hizo sonar con fuerza.
El tintineo metálico dejó a los gremlins atontados. Justo entonces, un grupo de moteros apareció por la carretera y lo ayudó a espantarlos.
Agradecido, el viejo ató una campanita a cada una de sus motos y les dijo:
“Este sonido mantiene a raya a los demonios del camino. Pero no lo olvidéis: solo protege de verdad si te la regala otro motorista con buena vibra.”
Desde aquel día, la Gremlin Bell se convirtió en una tradición sagrada entre los de nuestra especie:
símbolo de respeto, hermandad y buena suerte sobre dos ruedas.
Se cuelga abajo, cerca del suelo, para que los gremlins queden atrapados antes de meterse con tu máquina.
Y cuando un motero se va, su campanita pasa a otro hermano, para que su espíritu siga rugiendo en cada curva.